martes, 28 de julio de 2015

Mudanza

He realizado una mudanza. En plena ola de calor y con el ánimo expectante por lo que la novedad pueda traer de cambio a mi vida.

Una vez superada la fase de desmontar armarios y desacoplar rutinas, aparece la posibilidad de contemplar tu existencia recogida en cajas y la ocasión también, de poner en solfa muchas de las cosas vividas desde que arrastraron quizás recuerdos atesorados que contemplados con nueva luz adquieren otro tono, otro color. En este caso, he optado por deshacerme de todo aquello que no resulte práctico (y miedo me da haberme deshecho de algo verdaderamente valioso, tal ha sido la dimensión de la operación limpieza): desde ropa en la que ya no cabré por mucha autodisciplina que me imponga, hasta algún mueble que se quedó cojo cuando perdió cierto anclaje que posteriormente se encontró y nunca supe dónde puse.

Dada la oportunidad he tirado pues, todo lo supérfluo y me quedo con lo importante; libros (ni idea de que fueran tantos,..), música, películas, un pisapapel, cojines, velas, un espejo, cuadros, lámparas, botellas de cristal, alguna manta, fotografías y tarjetas de felicitación de personas ya desaparecidas. Este es el universo íntimo que realmente me interesa conservar, y por tanto traslado. También he aprovechado la ocasión para regalar objetos que variaron su estimación emocional y que ya me resultan prescindibles.

Las mudanzas pueden presentarse como oportunidades únicas para arrojar fuera de nosotros todo lo acumulado bajo ese síndrome de almacenamiento que en menor o mayor medida todos padecemos desde que configuramos nuestra existencia como seres humanos en el poseer, en la definición letal de tanto tienes, tanto vales. De la misma forma que la basura retrata nuestros hábitos de consumo, las mudanzas, o mejor el contenido del camión que las transporta, realizan una radiografía fiel de nuestra alma.

San Ignacio de Loyola escribió "en tiempos de tribulación, no hacer mudanza" para referirse no al cambio de sede sino a la resistencia a los embates de los poderes terrenales, esos mismos que nos desfiguran en su acumulación.