Se nos propone la reforma del Reglamento del Congreso de los Diputados que, entre otros artículos, renombrará la institución desgajando las palabras "de los Diputados" con la excusa de que el uso del masculino genérico no recoge el resto de los sexos. No solo se suprime del nombre, sino también del propio texto.
Dejando aparte la ignorancia supina de las reglas del español que recoge la RAE con respecto al uso del masculino (1) y la generosidad de llamar a nuestro sistema como realmente "democrático", la nueva denominación deslinda, aunque sólo sea de forma nominativa, la capacidad legislativa de la cámara. Con la excusa del "género" se siembra un primer paso para inocular en el consciente colectivo la inutilidad de esta ágora pública, cercenando la competencia que le otorga nuestra Constitución.
Es el primer paso, la eliminación del libre intercambio de opinión en el debate, para llegar a una dictadura. De hecho, en tiempo del Generalísimo, las Cortes se presentaban como el órgano superior de la participación de los españoles en las tareas del estado, con la elaboración y aprobación de leyes, pero reservando el poder legislativo en el jefe de Estado.
Tal vez sólo sea que ya me hago mayor, que pongo tiritas antes de que se produzcan las heridas o que me siento sumergida en este ejercicio de psicología social experimentada en forma de bucle, pero no me gustan estas "chingadas".
Si vamos a innovar, cojamos al toro por los cuernos, y revisemos el cuaderno contable que nos deja un sistema con 17 parlamentos, una justicia del siglo XIX y un sistema electoral diseñado para preservar el poder en lugar de controlarlo.
Como dijo Primo Levi, en los países y épocas en que la comunicación se ve impedida, pronto todas las demás libertades se marchitan. La discusión muere por inanición, la ignorancia de la opinión de los demás se convierte en rampante, las opiniones impuestas triunfan. Y añado, morimos como ciudadanos.
(1) El masculino es en español el género no marcado, y el femenino, el marcado. El miembro no marcado de una oposición lingüística de dos elementos puede abarcar a ambos conjuntamente, mientras que el marcado se reserva en exclusiva a uno de ellos.
El buen uso del español
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