domingo, 25 de mayo de 2014

25 de mayo



Hoy se celebran elecciones al Parlamento Europeo.  Y a pesar de la desidia general que provoca a estas alturas la política, habrá que ir a votar. Ya no vale la indiferencia ante una institución que por razones geográficas nos pilla muy lejos. Que el cambio lo debemos procurar nosotros es algo no discutible, con el único instrumento que ponen a nuestra disposición, el voto.

Durante toda la campaña electoral, me convencí de que solo haciendo oir mi voz podría castigar la gestión que realiza el partido actual en el poder. Sin embargo, se plantea una cuestión anterior: ¿es éste el escenario adecuado para hacerlo? Dado que la mayoría de las decisiones que nos afectan se toman en Bruselas, un voto excesivamente repartido puede llevar a una representación que fragmente en lugar de reunir, en una realidad, la europea, que se muestra cada día mas compleja.

Por otro lado, la distribución de los votos se realiza de acuerdo al sistema d'Hont, y si bien se presenta en principio como el sistema con un mayor efecto distorsivo, éste disminuye cuando se trata de una circunscripción única. Dificulta el acceso a partir del segundo escaño, premiando las candidaturas sólidas y castigando a aquellas que presentan un menor recorrido. Como resultado, favorece la asunción de personalidades, por encima de un proyecto político, lo que significa que el peso de cada voto individual duplica su significado.

El Tratado de Lisboa (2009) procura mayor poder de decisión para el Parlamento Europeo, con la generalización del procedimiento de la mayoría cualificada, simplificando la toma de decisiones. Bajo todas estas premisas he tomado mi decisión. Y creo haber emitido mi voto de una forma libre y responsable, enmarcándolo en una escenografía cada vez mas mastodóntica, lenta y necesitada de líneas claras de actuación.

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