Me gustan los toros. Adelanto a personas sensibles de que
tal vez no les guste hoy el contenido del blog.
Dentro de la plaza, admiro la valentía del torero que sabe
ponerse delante del astado y jugarse la vida. Saboreo la estética barroca del
traje de luces y el capote de paseo. Disfruto todas las suertes. Me complace el baile de banderillas y la certera
muerte a estoque. Detesto la puntilla, el sufrimiento
innecesario.
Fuera, asistir al tentadero social y visitar corrales, medir
los animales que van a ser lidiados, participar de una tarde de ganancia.
Porque en torno a la Fiesta de los Toros, hay mucho beneficio económico, por
muchos implicados. Por citar algunos, agentes del orden, periodistas, imprentas, taquilleros, agentes de reventa, taxistas,
bares, kioskos, humildes limpiabotas, sastras y sastres, equipos médicos, personal de mantenimiento de
la Plaza; Dentro, los protagonistas del espectáculo del coso: monosabios, mulilleros, cuadrilla, picador, alguacilillo, ganadero. Detrás de este último, mayorales, vaqueros, productores y proveedores
de pienso, veterinarios, transportistas de ganado, personal de mantenimiento de
las fincas y el Toro de Lidia.
Es éste, integrante de una raza única en el mundo, con instinto
ancestral de defensa, temperamental, grandes cuernos y un potente aparato
locomotor. Su desaparición supondría la pérdida de un mapa genético singular, un quebranto a nuestra riqueza
particular. De igual forma, la aportación que hacen a la conservación medioambiental las fincas donde
residen las reses, respetando el entorno natural donde se establecen.
Por último, la desaparición de la Fiesta Nacional supondría
una afrenta al universo que compone nuestro idioma: ¿ sabíais que “ENTRAR
AL TRAPO”, es una manera de expresar la acción del toro cuando acude al quite
del torero con el capote o la muleta?. Fuera del ámbito taurino, esta expresión
se utiliza para indicar que alguien cae en una trampa, ante cualquier provocación,
con lo que, quien sale ganando, es el provocador.
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