Hoy es viernes. En el aire, ya, primavera. Alboroto entrando por las ventanas.
Mi hija con 12 años
va al instituto, y revivo con ella todas las emociones propias de su edad, pero desde la tranquilidad de
saber con total certidumbre que el mundo
no se va a acabar por un retuit desafortunado.
A su estado casi constantemente agitado por la novedad que puede
ofrecerle el segundo siguiente, se le opone la calma chicha de quien sabe que
en el fondo, todos los segundos saben iguales, y lo único que puede hacerse con
ellos es vivirlos escurriéndolos hasta la última gota.
Siempre me ha gustado reflexionar acerca del paso del
tiempo, y siempre he obtenido un resultado distinto, dependiendo de mi estado
de ánimo. No cambian las conclusiones últimas: lo mejor que puede hacerse es
asimilar que pasa; no pretender restar hojas al calendario con actitudes que
pueden llevar a demostrar lo patético de tu comportamiento, y que a cada etapa de la vida le corresponde
su afán, como hubiera dicho Sta. Teresa.
Por eso me pregunto cuál es el fin último de un sistema
educativo que ingresa a mi hija en el instituto a tan temprana edad. No es
propiamente una niña, pero tampoco una adolescente. De sólo pensar que comparte
patio con jóvenes de 16 y 18 años, plenamente desarrollados en lo corporal,
pero con azoteas poco resguardadas a los soplos del viento, pierdo pie y
caigo. Pero en la misma tesitura me
coloca esta sociedad consumista que la introduce en todo tipo de asuntos
banales, cuando yo a su edad, todavía andaba jugando con muñecas.
Tal vez sea el sino de los tiempos, cada vez mas acelerados,
aunque sigo prefiriendo el pensamiento de La Mística de respetar los tiempos y
sus formas.
Buen fin de semana. Cuidaros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario