lunes, 31 de marzo de 2014

Pena de muerte

Estos días se divulga un informe de Amnistía Internacional sobre la pena de muerte, versión corregida y aumentada de la Ley del Talión. Según la página web de esta organización, “la pena de muerte es la forma más extrema de tortura” (*),  por todo lo que la rodea: condiciones de reclusión, angustia ante la espera por no conocer cuándo se resolverá, imposibilidad de una última visita,..

No es una cuestión fácil de considerar; de hecho, es tema transversal en el currículo de estudio de mis hijos.

Mi calidad de creyente me impide aceptar su existencia. La circunstancia de ciudadana del mundo occidental me conduce a su repudio. Mi naturaleza de madre, hija y hermana, me lleva, al menos, a observarla. El ejercicio es el siguiente: ¿cuál sería mi reacción si alguien querido fuera asesinado?, ¿actuaría el perdón, la razón o el dolor?. De aplicar el primero y la segunda, el resultado de mi respuesta se consideraría, civilizado.  De utilizar la rabia que emana del último,  no estoy segura de mi contestación.  Dado que somos seres pensantes, nos interesaríamos inmediatamente por conocer los azares del suceso. Y una vez sabidos, ¿cambiaría en algo saber la forma en la que sobrevino la muerte? Si fue ¿rápida, traumática, lenta, agonizante? También manejo la posibilidad de volverme loca, de buscar justicia por encima de mi propia vida.

Una vez superado ese primer momento de shock, entrarían en funcionamiento otros mecanismos de defensa para poder seguir existiendo. Y supongo, la siguiente etapa doblegaría el odio que te inundara el estómago. 

Siendo sincera, no puedo proponer ninguna dirección. Me repito que una muerte no puede llevar a otra, pero me cuestiono si el daño infringido debe quedar impune. Al menos, con cadena perpetua.

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