lunes, 24 de marzo de 2014

La bendita enfermedad del Presidente.

El perdón es, junto al olvido, la más magnifica herramienta de supervivencia.  Ya que la capacidad de hacerse daño del hombre parece quintuplicarse a medida que pasa el tiempo, que la memoria se proteja de forma consciente o involuntaria, puede contemplarse como un progreso de nuestra propia historia evolutiva.

Con la que está cayendo, las continuas llamadas al diálogo de Adolfo Suárez, su defensa de la honradez y honestidad que deben adornar a los que se dedican a los asuntos públicos, enmendaban la plana allá desde donde hablara.

Hizo residir en su provincia natal la Escuela Nacional de Policía,  protectores del orden social establecido. El currículo incluye desde su fundación el estudio de la Constitución, algo que puede parecer natural en un Cuerpo del Estado, pero que recuerda a los hombres y mujeres que optan por esta salida profesional su vocación de servicio y su justo espacio en la defensa de las libertades y expresión de derechos y obligaciones.

Me pregunto que habría pensado de la situación de deterioro general de no estar limitado.  Si hubiera visto y oído la falta de rumbo que como País andamos soportando. 

He repasado sus discursos, y hay una idea que se repite de forma casi enfermiza: futuro. Como personas, la  proyección en el futuro fundamenta nuestra existencia. Y el buen desarrollo y logro de las expectativas son las que nos hacen inmediatamente felices. En este sentido, la esperanza de que todo irá mejor, la fe en el éxito de nuestras empresas particulares o públicas son las que alimentan nuestro movimiento.

Mucho se ha hablado de la soledad que soportó en vida que enfrentó con una innata capacidad para saber qué es lo que se debía hacer en cada momento, esencia de la buena Ciencia Política.

Suárez, como castellano rancio, era  firmemente creyente. Y mas chulo que un ocho. Descanse en paz.



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