Ya está aquí. Otra vez. Torturando mis pobres carnes y mi
intelecto.
No voy a negar que el invierno ha pasado su factura. Tanto
saco, faldón, faltriquera y tabardo me han permitido ocultar todos mis excesos.
Pero el buen tiempo me obliga a librarme de toda prenda auxiliar y me quedo
desnuda, mostrando la generosidad que ha
procurado tanta vianda.
Así que me pregunto que ando yo haciendo, guardando dieta
y redoblando la cantidad de deporte. A
ciertas edades, como es la mía, ciertos
ejercicios ya no dan el mismo resultado que antaño, y todo cuesta mucho mas.
Un amigo me apunta que este comportamiento se debe a la vieja aspiración de detener el tiempo, de dilatar la juventud en un intento de frenar la hora del deshecho a la que nos enfrentamos todos. Yo añado la presión social y el sentido de la competitividad,.... tan femenino.
Sea como sea, cada temporada, la operación bikini parece aflojar en mi ánimo, en un reconocimiento de la
bendita edad que te inicia en una serena afirmación de que “hay lo que hay”.
Entre tanto, he reforzado mis salidas al campo. No solo
incitada por la temperatura, sino también por la esperanza de alcanzar el perímetro que
cimbreaba dentro de mis pantalones el año pasado.
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